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Mostrando entradas de abril, 2017

Stephen King: Willa

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     Supongamos ahora que la existencia es algo que se sueña o que se ve desde un lugar muy lejano, enviando pensamientos y deseos desde ese sitio como si fuéramos los dobladores y los intérpretes en negativo de lo que parece ser la vida. Entonces, morir sin que lo advirtiese el que está en ese otro lugar mandando ideas, pensamientos y palabras al que se mueve por la vida no evitaría que continuara como si nada hasta que, más tarde o mucho más tarde, reparase en algunos errores, en ciertos desequilibrios, en pequeñas anomalías que avisan y destellan pero no ciegan, porque, como es lógico, si no hay intención de ver, no se ve. En este punto, o desde este punto, observo que Stephen King arma un relato que tiene su fuerza en el realismo bien llevado, en unas localizaciones vivificantes y en unos diálogos llenos de vida (sí, es eso: no puedo escribir otra cosa), y pienso que no importa que el cuento sea de los que proclaman el acierto y la brillantez a voz en cuello, pues contiene al

Jorge Luis Borges: Las ruinas circulares

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     Pocos relatos más enigmáticos y anticipatorios que este, en que alguien sueña que crea a otro y se dedica a soñar y soñar para seguir creando y definir perfectamente qué sueña. Ahora que la ciencia se plantea si la realidad no será solo un holograma, si todo no será sólo un producto de lo que construye la mente humana, relatos como Las ruinas circulares  deben ser considerados como una luz primigenia, un brote espectacular de lucidez primordial de una mente liberada y despierta, muy, muy despierta. Porque acaso no se trate de saber si usamos el cerebro plenamente o en qué tanto por cierto exacto, sino de acercarnos a la orilla correcta desde la que poder determinar que lo soñado no está dentro del sueño, de otro sueño, sino que es una creación al menos propia, al menos de uno mismo. 

Horacio Quiroga: Una estación de amor

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     Quiroga no miente, y eso no es poco en un mundo de libros en los pocas veces se dicen verdades. No solo tiene este relato un final que sabe a cierto, sino que toda la historia sabe a cierta: y eso no quiere decir que deba ser forzosamente autobiográfica, sino que lo narrado no tiene trampas ni subterfugios. Duro, sí, cortante y hasta algo cruel, pero Quiroga no buscó hacer solo literatura ni halagar al lector, conquistar al lector por el lado fácil. Quizá por eso su obra sigue siendo algo vivo, muy vivo, clasificable pero no domesticable: fiel solo a sí mismo, el escritor siempre hallará quien le entienda y le comprenda, quien se vea reflejado o concernido. En este relato de amor y desamor hay una piedra dura en las miradas de los personajes, pero también una emoción profunda y muy real que se alza pura en su desesperación y su agonía, ajena a los males del tiempo. 

Félix J. Palma: El mapa del tiempo (1: Cuarto mísero)

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     Pasea una mirada melancólica por la habitación y se sorprende, al observarla de nuevo, de que allí pueda haber lugar para una vida, que esta pueda desarrollarse, tener vigencia, dada la miseria y la estrechez del sitio.     Así lo cuenta, sin prisas y sin demorarse, Félix J. Palma, que escribe muy bien y sabe muy bien describir las emociones, transmitírselas al lector con su narrador de tercera persona que juguetea y se torna serio cuando es preciso, que le habla desde muy cerca a quien le escucha atento y con gran pericia hace avanzar la historia entre pausas bien administradas que sirven para dar más información y, sobre todo, para dibujar un lugar y una época con seguridad y de manera diáfana, que es de lo que se trata cuando se escribe una novela cuya acción está anudada a una época muy pretérita.