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Mostrando entradas de marzo, 2017

Isaac Asimov y Robert Silverberg: Hijo del tiempo (El tiempo es presente)

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     Dice un personaje en la novela: "... utilizo el presente. Ahora que viajar en el tiempo se ha convertido en una realidad, todo es presente."

Vardis Fisher: El trampero (La tormenta)

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   Cuando Fisher describe la tormenta en esta novela del viejo y salvaje Oeste, uno no puede sino leer embobado, maravillado, gozando como un niño que escucha un relato junto al fuego unas páginas tan bien escritas y llenas de tantas fuerza vital. El trampero, que ama y entiende la música clásica, mira al cielo y canta y celebra con todo su ser la aparición de los truenos, de los relámpagos, como si estuviera bajo una creación musical del creador, plena y de máxima potencia, en la que no falta nada y nada asusta, aunque a él y a su mujer india los rodee la oscuridad, los sacuda la potencia de la voz cantora y directora del que todo lo creó. Más allá de creencias, son páginas de un nivel altísimo, tanto que las considero de las mejores que he leído jamás.

Don DeLillo: Submundo: Viajando con Amy

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     Me fascina seguir el viaje que hace el narrador con Amy, sin destino y sin plazos, tanto que me acuerdo de los encuentros y desencuentros de Horacio y la Maga, en Rayuela, y hallo coincidencias, leo en los espacios en blanco de ambos libros y veo líneas que los emparentan, que los llevan hacia el mismo lugar sin nombre, sin nombre posible donde aguarda también lo que no tiene nombre ni lo necesita, porque las grandes creaciones de los grandes escritores nos hablan de lo que somos y no pudimos ser, de lo que fuimos sin saberlo y seremos o estamos siendo, lo sepamos o no, porque para eso se inventó la literatura, al menos esta que nos atrapa porque nos habla de nosotros mismos sin mencionarnos pero sin apartarse de nosotros un solo instante. 

Julio Cortázar: Relato con un fondo de agua

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     El relato estremece, le hace a uno sentirse encogido, expectante y tenso, pero no a la manera en que se nos resuelve en el ánimo la contemplación de una escena cruel o temible en una pantalla, sino de otra más cercana y casi diríamos que íntima, no empatizando, sino siendo: tememos porque somos. Cortázar, una vez más, juega y se divierte, construye y se divierte, narra divirtiéndose con muchas frases geniales y con imágenes no menos geniales -el río, la luna que toca y se arrodilla-, pero además, como en sus mejores y más escrutables relatos, da un paso adelante, sacude legañas y limpia falsedades, clava en la superficie para que nunca puedas quitarte de encima lo adherido: la muerte te aguarda, nos dice, y vendrá con tu nombre y con tu cara -como sabía también Pavese- y no podrás hurtarte a su abrazo definitivo, porque tú serás tu propia muerte. Como para no pensar que el gran argentino universal era un genio absoluto... 

Stephen King: 22/11/63: Muere un amigo

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     Se despide del amigo muerto dándole un beso y diciéndole: Que duermas bien, socio.     La escena es de las mejores del libro porque no hay un peso excesivo en lo patético ni se busca la lágrima fácil del lector alargándola, llenándola de detalles enternecedores pero falsos que arrastren y que, una vez pasada la escena, podrían dejar un regusto a falso, a forzado. King defiende que ha de narrarse, que lo importante es siempre lo que viene a continuación, y lo demuestra sin parar en todo el libro. Esta imagen del amigo que ha muerto merece, sin embargo, un momento de calma, una paradita, una mirada por la ventana antes de seguir leyendo. Es un momento muy importante de la novela porque desaparece un personaje que también lo es, hay una vía que se cierra y a la vez una vía que se muestra ya inexorable. Admiro la sencillez con que se llega a este punto, con que se dice y se muestra, con que se empuja sin forzar ni mentir. El arte del buen novelista a veces se exhibe con un gra