Julio Cortázar: Silvia

   


   Los relatos de Cortázar están plagados de misterios, lo que posibilita mil interpretaciones. Buen ejemplo de esto es Silvia. En este relato, Cortázar retoma el tema del fantasma, tan común en la literatura fantástica, para crear a un personaje que solo los niños ven. Pero también un adulto, el narrador, que ha conservado algo de la visión propia de la primera infancia, cuando realidad y sueños son una misma cosa. Los demás adultos no ven a Silvia, no creen en ella, y consideran su existencia algo desdeñable y lerdo, simple como simple creen el mundo de los niños. 
   Si Cortázar no explica es porque quiere que el lector participe, lee el cuento a su manera, no a una única manera cortazariana -la impuesta por el autor-: así, habrá quien vea en este relato una simple puesta en escena realista sin más y quien vea una puerta abierta a la otra realidad. Si elegimos esta vía, llegaremos a preguntarnos quién es Silvia, si en verdad los niños y el adulto narrador la ven. Pero eso no importa: la duda es la que enriquece, la que ayuda a aumentar nuestra percepción, las que nos sacude de lo cotidiano pegajoso e insensibilizador. No se trata aquí de imaginar a un fantasma, ni de creer en él, porque lo importante es darnos cuenta de si hemos cerrado nuestra imaginación a la posibilidad de lo distinto y lo cambiante, lo que posee la inefable cualidad de modificarse y modificar nuestra percepción. Silvia no existe, quizá, pero lo decisivo es creer que puede existir.

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