Julio Cortázar: Con legítimo orgullo




   Relato dedicado por Cortázar a K., lo cual nos hace pensar, indudablemente, en Kafka. Podría haberlo imaginado el autor checo, sin duda, ya que esa voz que habla en plural y cuestiona sin cuestionar y afirma sin afirmar y acepta sin aceptar está emparentada con algunas voces de las novelas y cuentos del inmortal praguense. El acatamiento a las órdenes impuestas, aunque crueles, a las leyes impuestas, aunque crueles, a las costumbres aceptadas en silencio, aunque crueles, nos remite a las historias kafkianas de esos personajes que siguen adelante aunque temen mucho y entienden poco, débiles y sometidos, alucinados y temerosos pero sin fuerzas apenas para dar un paso fuera de lo marcado, de lo señalado, de lo decidido de antemano. Salir es volverse loco, es dejar de ser lo que se es -¿sirve para algo ser lo que se es cuando no se es nada?-, es quedar desnudo, roto, apartado. Cortázar se interroga y nos interroga de nuevo sobre los límites, lo que nos espera un paso más allá de este lado, lo que nos aguarda si nos quitamos las vendas que nos cubren los ojos y miramos de reojo, hacia donde algo ocurre y nos está llamando en silencio. Entretanto, seguiremos siendo parte de la colmena, del rebaño, de la masa sorda y obediente, de la nada que nos viste cada día y nos manda a la calle a correr por sendas trilladas por pasos que nunca llegaron más allá del propósito y del señuelo.   

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