Julio Cortázar: Axolotl

 


   Si existen los cuentos perfectos, qué duda cabe de que este es uno de ellos. Misterio, indagación, ideas nuevas e imágenes imborrables, narración exacta y volcada hacia lo íntimo. ¿Somos todos peces en una pecera? Qué sabemos. No hay nada seguro. Quizá todo lo que vemos solo es producto de los sueños de los dioses, quizá solo seamos un reflejo pálido de algo que vive y está pleno en otro sitio mejor y tan solo se conecta a ratos a este mundo con tanta apariencia de mentira. Como en un juego, Cortázar busca la traslación y el intercambio, ensaya la transmutación y deja meditaciones en palabras narrativas que sacuden: ¿Somos esa consciencia apresada en dos ojos pequeños e inmutables? ¿Somos más o menos que los peces? ¿Tan hondo es todo lo que nunca llegaremos a saber? Por fortuna, aquí está la literatura para encender luces en pequeñas habitaciones atestadas de pistas, para abrir caminos que latirán en nuestra mente y nuestros sueños. Los relatos no cambian el mundo, pero sí cambian el mundo: no es igual el mundo de quien lee Axolotl después de la última línea. No lo creo posible. 

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