David Monteagudo: Fin
No abunda este tipo de obra en nuestra narrativa y por eso siempre me
parece que es una buena noticia encontrar una novela que no se
conforma con lo ya visto y explora en espacios poco usuales, en las
fronteras de lo fantástico. Que además esto se haga con una prosa
de gran calidad convierte al texto en algo muy digno de mención. Es
este el caso, sin duda, porque David Monteagudo se vale de un estilo
que ya conocemos pero del que se adueña con solvencia y con
inteligencia hasta volverlo suyo, nada impostado, fluyente con un
ritmo de gran escritor que nunca desfallece pese a la extensión de
la novela. Se perciben los ecos y los aciertos de Juan García
Hortelano -magnífico escritor que posee una o dos novelas esenciales
de entre todas las publicadas el pasado siglo- y
de Rafael Sánchez Ferlosio, de los que es deudor el punto de vista y
el recorrido visual que el narrador va presentando, pero Monteagudo
no se desliza hacia el territorio de la posmodernidad para absorber
sin más, sino que hace completamente suya la voz que cuenta y nos
hace olvidar los préstamos que no son sino influencias y nunca
usurpaciones. Más aún, me atrevería a decir que es una de las
novelas mejor escritas de los últimos años, con una prosa ajustada
a la verdad de lo que cuenta como pocas veces se ve, sin despistes ni
rémoras, y esto es algo de lo que casi nadie puede alardear: en
nuestra época las voces que narran suenen sonar antiguas o lánguidas
o, en demasiadas ocasiones, sin matices. En cambio, Monteagudo da una
lección tras otra en diferentes registros y jamás raspa en nuestro
oído. Cadencia y gran oficio.
La historia está bien planeada, se va desplegando en capas bien
dispuestas que nos llevan a un pasado y un hecho crucial que nunca se
cuenta por entero -la
novela ama las esquinas fugitivas – pero que planea todo el tiempo
sobre lo que está ocurriendo, efecto que a ratos puede resultar
cansino y forzado y que aleja a la novela de la magnificencia y la
acerca a un tipo de literatura de menos calidad, como también pasa
con algún susto inesperado, más propio de una película para
adolescentes y que desvirtúa la anterior apariencia más seria del
relato. Asimismo, la extensión de este es algo
excesiva, puesto que no se
va más allá en la indagación de la personalidad de los
protagonistas ni en el alcance de lo que está sucediendo: la novela
es más un relato largo extendido y suma tan solo escenas
emocionantes pero poco reveladoras, va encerrándose en sí mismo y
tira adelante con una sola idea, en la que se asienta y que no suelta
ya hasta el final, previsible si atendemos a lo que se nos ha ido
dando a lo largo de sus páginas y
con un mediano tropiezo en una aparición tardía que rompe
claramente con el tono de la narración para devenir en juego, en
simulacro ahora sí, como si el autor quisiera vencer a la historia e
imponer una sola visión de ella quizá demasiado preparada. Esto no
es óbice para que Fin
sea una novela fascinante y muy personal, un hito en la novela
fantástica hispana, original y perturbadora, una de esas obras que
surgen cada treinta o cuarenta años.
(La editorial Rata ha lanzado recientemente la edición décimo aniversario, que incluye el final original, y la recomiendo porque es un capítulo largo y revelador).