J. R. R. Tolkien: El Señor de los anillos
En una lectura actual y adulta de El Señor de los anillos
cabe destacar la atención y cuidado que Tolkien dedica a la naturaleza, que es
primordial en el libro y en las peripecias que viven los personajes
protagonistas. El narrador se fija constantemente en los cielos y en la tierra,
en los campos y en las montañas, y no lo hace solo cuando es decisivo en la
trama sino en todo momento, realzando el valor que su autor otorga a la vida al
aire libre, donde la vista no se cansa y donde los animales y la lluvia y los
susurros del viento acompañan y elevan o hacen declinar el ánimo de los
personajes. No sorprende demasiado, quizá, al estar ambientada la novela en una
época muy pretérita, pero sí constituye una sorpresa muy agradable que Tolkien
se valga de tantas imágenes y comparaciones originales, que no se repita casi
nunca en una historia de más de mil páginas y que haya una delicadeza extrema
en las palabras elegidas, hasta el punto de que no me parece descabellado
pensar en una relectura solo atendiendo a este aspecto de la novela, pues sería
muy grato pasear buscando estas descripciones, decir en voz alta las frases,
anclarse durante un rato de cuando en cuando en las atmósferas que crean gracias
a la gran sensibilidad del autor.
También me parece
muy reseñable que los principales protagonistas en un libro de leyendas y reyes
y grandes señores buenos y malos sean unos personajes sin sangre real,
provenientes de un lugar donde no hay guerras, colmado de gentes sencillas y de
amplio buen humor, más interesados en las comodidades humildes y en la comida
copiosa que en las conquistas y las imposiciones. Así, que la novela se nos
cuente con un narrador pegado a estos personajes en principio nada llamados a ser
los héroes es un acierto colosal: hay muchas páginas en que es Sam el que tira
de la acción que me parecen de las mejores, con sus pensamientos tan vivos y
tan prácticos, tan entregados a cuidar de su amo pero también a añorar el lugar
de donde ha partido de una manera tan inesperada en una misión de incierto final.
Tolkien consigue el equilibrio perfecto: a los monstruos contrapone estos seres
tan normales, a la maldad absoluta estos seres tan afectuosos, a las grandes
hazañas estos seres tan apegados a la vida cotidiana que no desentona nada en la
novela, no se resiente ninguna zona, pues lo que el lector desea siempre es ver
dónde acaban las andanzas de estos pequeños elegidos.
Los Ents
(inolvidable Bárbol), el simpar Gollum, Tom Bombadil, Gimli el enano son
personajes inolvidables. La sencillez de la lucha del bien contra el mal no se
desliza hacia la imperfección de muchos cuentos infantiles, la aparición del
rey tan pregonada no es empalagosa, el regreso a la Comarca es un buen final que
nos aleja de la pompa y nos lleva a una sana rebelión. Los poderes apenas entrevistos
de los elfos. Los bosques tan palpitantes de vida. Sí: estamos ante el más
grande de los libros de fantasía y espada, Tolkien es un gran escritor insuperado
y el libro es un disfrute diario para un lector con más de cincuenta años que,
aun conociendo la historia y habiendo visto las tres películas, ha sentido que
los días que se acercaba al libro las nubes negras se disipaban y había ríos de
dulce voz y paisajes sanadores y gente común y abrazable muy cerca.