A propósito de Ray Bradbury (vacunas contra el cinismo y el nihilismo)




Pasado ya mucho tiempo desde la fecha en que se publicó Crónicas marcianas, es innegable la consideración de clásico de este libro. Como apuntaba en su comentario de la anterior entrada mi amigo Francisco Machuca, Bradbury aborda temas muy variados que después hemos ido viendo en nuevos acercamientos tanto por parte de guionistas de cine como por escritores reputados y artífices de creaciones muy leídas y muy comentadas. Sin embargo, y sin desdeñar esto, lo más importante sigue siendo, a mi juicio, la mirada moral y humanista del viejo escritor, su sensibilidad para no crear temas menores, personajes de un solo uso, historias de vano lucimiento. Bradbury escribe por necesidad, y se nota: como a los mejores autores, las historias le vienen de dentro, le nacen, no brotan raras y solas, no son creadas por una mente esforzada y cavilosa. Piensa mucho y bien nuestro querido escritor, pero en la esencialidad de sus relatos vemos la claridad de su pensamiento, la sencillez de su discurso nada alborotado ni altanero: el hombre ha de pervivir, se merece seguir viviendo. Y no es esto una idiotez de pensador añejo, sino una conclusión asentada que deviene en narraciones en las que siempre se percibe un fondo de optimismo y de bonhomía impagables, aun cuando se nos estén mostrando cuadros de decadencia y de autodestrucción. En este tiempo nuestro tan proclive al cuestionamiento sinfín, al nihilismo disfrazado de realismo descreído, al individualismo disfrazado de forma de supervivencia en la jungla urbana y tecnológica, los escritos de Bradbury nos devuelven a una ilusión inicial, primera, espontánea, que para los desengañados huele a juvenil y superada, para los críticos cansados a consuelo esporádico, pero que alienta con fuerza inmarcesible en quien se sumerge en el estilo llano y cargado de ansias de belleza del viejo maestro. Porque en Crónicas marcianas hay un regalo que no desaparecerá mientras no desaparezcan sus lectores: la posibilidad de una recarga de las ilusiones, de una recuperación del espíritu de curiosidad, una vuelta posible a un origen que nunca debe naufragar en el mar inestable de nuestra mente atiborrada de informaciones secundarias y agobios profesionales y monetarios. Es la alegría, amigos, esa sensación placentera de leer y descubrir y pensar que todo esto sirve para mucho, no es materia para el olvido esperable y duradero. Es materia para seguir pensando que siempre hay una oportunidad de renacer.

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