Ray Bradbury: Crónicas marcianas




Dice Jorge Luis Borges en el excelente prólogo que escribió para este libro que toda literatura es simbólica. Qué gran verdad. No menos reales son los personajes de una novela realista que los personajes de una novela fantástica: si sus vidas imaginadas prenden en la imaginación del lector, son igual de válidos y creíbles, igual de memorables. 
Ray Bradbury escribió uno de los mejores libros que yo he leído, este Crónica marcianas, hace ya muchos, muchísimos años. No importa que algunos detalles digamos de ciencia ficción nos parezcan obsoletos, vistos desde nuestra actualidad tan entregada a lo tecnológico, porque lo que Bradbury pretendía contarnos no era una historia espacial, sino una historia moral, poética, intensamente imaginativa. Y, como lo consiguió, logró hacer de este libro algo imperecedero.
Compuesto por una sucesión de breves relatos en los que pocas veces repiten presencia personajes de relatos anteriores, Crónicas marcianas narra la llegada del hombre a otro planeta, el descubrimiento de otro mundo, la colonización de éste, la decadencia humana. Bradbury siempre camina hacia la orilla de la emoción, de lo poético, y se vale de un lenguaje muy ágil, pleno de metáforas y comparaciones hermosas y profundas, toda una cima del lenguaje narrativo (la adjetivación es deslumbrante y precisa, sencillamente sublime). En todos los relatos hay muchos diálogos, imágenes de gran belleza, una variedad exquisita en los puntos de vista y en lo que en el cine llamaríamos localizaciones. Marte -el Marte inventado por Bradbury- está siempre presente, es otro personaje, y no importa que no se corresponda demasiado con el Marte que está en el cielo esperando la visita de los primeros astronautas terrestres: es un Marte simbólico y a la vez muy cercano, muy accesible, muy normal. Normal, sí. Y tan fácil de ver como cualquiera de las calles y los paisajes de las ciudades en las que aquí y ahora vivimos. 
No hay ningún relato que desmerezca en la valoración global que puede hacerse cuando se llega a la última página del libro. El tono no varía, el acierto es altísimo y continuo. Y además hay varios relatos de una genialidad sencilla y diáfana difícilmente igualable. Ylla es uno de ellos: una historia de amor y pérdida que conmueve e inquieta a la par. Los largos años es otro de los más memorables, con sus robots-hijos y su hacedor solitario, una fábula sobre la creación y la nostalgia absolutamente enternecedora. También hay un personaje inevitablemente memorable, que solo aparece en un relato pero cuyo recuerdo planea sobre todos los sucesos y acontecimientos que vienen después: Spender, el arqueólogo que nada más pisar tierra marciana ve cuanto va a pasar en el planeta con la colonización inevitable y con los instintos crueles de sus congéneres. En el diálogo que mantiene con el capitán de la nave en la que ambos -y otros más- han llegado a Marte, justo antes de batirse en un duelo mortal, Bradbury puso algo de la mejor emoción y la mejor meditación imbricadas que yo he encontrado en un libro de personajes inventados. Esa pausa antes de la muerte, ese diálogo entre contrincantes que antes fueron amigos está a la altura de lo más grande que la literatura más grande ha podido ofrecer jamás. 


Frases del libro: (Traducción de Francisco Abelenda)


La ciencia no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro.

Bajo los pies de los bailarines el suelo latía pesadamente como un oculto corazón delator.

Alto, delgado y solo, Walter Gripp se paseaba con las manos frías en los bolsillos acompañado por el leve crujido de un par de zapatos nuevos.

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