Latinoamerica fantástica (selección de Augusto Uribe)




Aunque cuando fue publicado llevaba una frase bajo el título para animar a los lectores de ciencia ficción en la que se les decía que en el libro se incluía la "más moderna ciencia ficción de los países de América del Sur", lo cierto es que en este volumen apenas hay un par de relatos que podrían considerarse emparentados con lo canónico, y no importa en absoluto, pues se trata de un antología excelente, sólo con uno o dos relatos que podríamos considerar acaso menores. Augusto Uribe eligió muy bien: los relatos de Sergio Gaut vel Hartman, Eduardo Abel Giménez, Raúl Alzogaray, Elvio E. Gandolfo y Tarik Carson son excelentes. Los del primero y el último los comentaré en textos individuales: son los mejores del libro. 
Eduardo Abel Giménez narra en Quiramir una historia de visitas guiadas a un lugar en el que hay mucho que ver, disfrutar y acaso padecer. Está muy bien elegida la primera persona y es muy plausible el decurso de la historia, en la que vibra la emoción de la aventura, del misterio que hay detrás de cada esquina nunca antes vista. La sinceridad del narrador es fría y emotiva a la vez, y la transparencia del texto producto de un narrador avezado y seguro. 
Raúl Alzogaray le da la palabra en su relato, Una flor lenta, a una mujer que hace anotaciones en un libro por indicación de quienes la alimentan y la cuidan y no gustan de mostrarse. Hay un tono confesional e inocente que acerca de inmediato a la historia, que empieza a cubrirnos con emociones propias y del personaje hasta llevarnos a una culminación triste pero no amarga, sorprendente pero no forzada. Vemos primero a una mujer que parece casi una monja y después se muestra plenamente como una mujer, amando y siendo amada, hasta que lo inevitable la alcanza. El relato es una buena prueba de que la narrativa breve, el relato de dimensión exacta posee tanta fuerza como la mejor de las novelas. 
Elvio E. Gandolfo posee una imaginación portentosa, muy necesaria para contar la historia de un hombre que se va a vivir a la ciudad de unas vacas voladoras. Partiendo de la base de que no soy muy amigo de las imaginaciones desbordantes ni de los relatos que se despeñan hacia lo infantil camuflado con exquisiteces de la forma (que es lo que me parecen muchas de las fantasías épicas y de mundos extraños y llenos de magias y brujerías), encontrarme con un relato como este debería haberme incomodado e invitado a pasar de largo, pero la maestría de Gandolfo, que evita mi deserción, estriba en la naturalidad con que va contando -desde la acertada y analítica voz de un narrador en primera persona- y en la falta de invisibles admiraciones y otros espantajos que podrían presumirse en el trayecto que se recorre junto a alguien que asume lo extraño y lo muestra con un sentido sincero y serio, cuestionador y riguroso, nunca exhibicionista, con lo que la fábula deviene en aroma de clásico y de cuento abierto al disfrute pleno del logro de la imaginación, a semejanza de lo que ocurre con alguna narración libremente imaginativa de Mark Twain.
Y con el resto, que ya digo que se sostiene en una firme calidad creativa, el libro es una pieza valiosa, más notable que únicamente digna y recordable, merced sobre todo a un uso general del lenguaje cuidado y de vocabulario rico que escasea en la mayor parte de las antologías de este tipo, en las que muchas veces los compiladores piensan más en ideas que en valores netamente literarios.  Publicado hace casi treinta años, está pidiendo a gritos una reedición.

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