Rosa Montero: Lágrimas en la lluvia




Esta novela está pensada y escrita para el disfrute, para reivindicar el goce de la lectura, de la aventura literaria, y no defraudará a quienes con esa idea clara se acerquen a ella. Porque Rosa Montero la ha alumbrado en un momento de su carrera de escritora en el que apuesta por el lector desenfadado, desacomplejado, imaginativo y libre. Ninguna necesidad tenía la madrileña de apostar, con sesenta años ya cumplidos, por la ciencia ficción, ninguna por confiarle a ella parte de lo mejor que puede dar de sí misma, de su mejores sueños, de sus más hondos recuerdos también -hay partes de la historia que remiten a datos biográficos innegables-, ninguna necesidad de desafiar calladamente a los sesudos y a los de la ceja levantada que dudan de que en los géneros haya algo más que materiales de derribo. Y yo celebro que lo haya hecho, que se haya atrevido, que haya inscrito su nombre sin miedo en el grupo de los cultivadores de relatos de ciencia ficción. Porque la novela promete goce literario y no decepciona.
Rosa Montero ha unido en Lágrimas en la lluvia dos pasiones evidentes: la novela negra y la novela de ciencia ficción. Una detective privada tecnohumana -o replicante- investiga un caso de proporciones gigantescas en el que se nos muestra de paso un futuro muy posible con un paisaje de fondo político y social que tiene mucho  que ver con nuestro aquí y ahora, sin trascenderlo ni iluminarlo particularmente con mensajes que no sean ya sabidos, lo que desluce un poco el resultado final y deja cierta sensación de visionado a flor de piel, poco incisivo. No hay afán de novedad en la trama detectivesca, tampoco en la elección de los personajes secundarios, así que lo más destacado resulta la creación de Bruna, tan bien perfilada, tan creíble que es imposible no pensar en una nueva aventura, un nuevo encuentro con tan singular criatura. Pues en este personaje hay una fuerza de verdad, un empuje de vitalidad tan grande y tan conseguido que hace que los defectos de la obra queden todos en un segundo plano.
La novela alterna la escritura primorosa, sustentada en una adjetivación enriquecedora y efectiva, con algunos dejes propios del género y de ciertas prisas en quienes narran dentro de tramas de emoción y misterio que me parecen reprobables: menudean frases hechas que empañan muchos logros auténticos, expresiones en la voz narradora que rebajan el conjunto tan armonioso y de tanta valía. Se lo reprocho a la autora porque estos deslices dañan la imagen de las novelas incardinadas en los géneros, achatan sus logros, empujan la consideración de los que dictan sentencia al rincón de lo realizado para la masa indiferenciadora de lo bello y lo sublime, devoradora únicamente de páginas. Hay fragmentos de gran belleza en este libro, escritura poderosa y sólida, y esos derrames deberían haber sido contenidos. Lágrimas en la lluvia es un paso importante en la literatura de nuestro país porque una autora de prestigio ha cedido sus fuerzas y su imaginación a un género aparentemente menor, cruelmente despreciado, adscrito a la mentalidad adolescente, y creo que todos los que aman la ciencia ficción están de alguna manera obligados a jalear su presencia en los estantes de nuestras cada vez más escasas librerías porque una puerta ha sido abierta y ha entrado aire nuevo y refrescante.


Frases del libro: 


Le repugnaba especialmente esa autocomplacencia victimista.

En realidad un detective privado era un conseguidor de certezas. 

Eran unas manos suaves e hirvientes, acolchadas, manos de madre universal. 

Miró al memorista con esa mirada única, esa grave mirada que te vacía y te entrega. 

No había nada de viento y el frío era una presencia quieta y colosal. 

Una especie de angustiosa debilidad que quizá se pareciera a la ternura.  

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